El refrán de “todo tiempo pasado fue mejor” ha tomado mayor relevancia en estos últimos meses. El impacto generado por la noticia de la pandemia a principios del año y todas sus implicaciones en los meses siguientes, nos llevaron a vivir una especie de “duelo colectivo” en el que muchos pasamos por las etapas respectivas: Negación, rabia, adaptación obligada, depresión y aceptación. A nuestras angustias individuales se suma la sensación de dolor solidario por un país y una región que retrocede, por todos aquellos para quienes esta situación ha concluido en pérdida de familiares y amigos, hambre y desesperación. El entorno social y político en nuestro país y en muchos otros, no ayuda: protestas, violencia, polarización. Estamos lejos de sentirnos totalmente liberados de la sombra de ese gran nubarrón que nos tapó el sol, la cotidianidad y muchos de nuestros sueños, sin embargo, cabe una reflexión sobre lo que nos puede enseñar todo esto y cuáles pueden ser los efectos colaterales positivos.

Quiero compartir con ustedes mis pensamientos en ese sentido. La mente juega un papel fundamental en nuestro estado de ánimo y debemos trabajar para no dejarla caer en fatalidad y excesiva nostalgia. “No todo tiempo pasado fue mejor”. Todo tiempo pasado y cada momento de la historia ha tenido horrores contrastados con logros y alegrías, con la abismal diferencia puesta en los medios y redes de comunicación. Hoy una noticia negativa se multiplica exponencialmente en segundos en las redes sociales y desafortunadamente las noticias positivas no tienen igual alcance. Hace pocos días jugábamos con unos amigos a imaginar si hubiera existido Twitter en la época de la Inquisición, o del Apartheid o de la Segunda Guerra Mundial. Cuando estaba en 5to de primaria escribí una canción con la que me gané un premio en el colegio y la letra fue publicada en diario El Espectador en la época del gobierno de Belisario Betancur cuando todos pintábamos en nuestras calles palomas de la paz. La canción decía “Amigo, ayúdame a cambiar este mundo de crueldad, necesitamos amor y un poco más de igualdad para llegar a la paz…”. Estas palabras eran el símbolo del sentimiento de muchos niños que rondábamos los 10 años, recogido de las noticias y conversaciones en la mesa con nuestras familias. 

En resumen, claramente vivimos tiempos muy retadores, pero, ¿cómo retomar el optimismo sin sentirnos culpables? Algunas ideas: Primero, podemos convertir nuestro dolor en “acción” y podemos ponernos la meta de buscar siempre, una causa para ayudar a personas vulnerables a nuestro alrededor. Ahora que muchos volvemos a comenzar desde más atrás de donde veníamos, crecer en nuestras metas, proyectos y empresas será mucho más próspero si llevamos de la mano en ese crecimiento a otros. Segundo, podemos apoyar empresas y emprendimientos locales en nuestros países que aporten a dinamizar la economía. Tercero, compartamos parte de nuestro tiempo y conocimiento para fortalecer y entrenar a otros en temas que generen sustento y/o bienestar colectivo. Cuarto, usemos herramientas como la oración, la meditación, la conexión con la naturaleza y las rutinas sanas de alimentación y ejercicio para nutrir nuestra mente y construir el futuro. Quinto, preparemos nuestra mente y nuestro corazón para ser capaces de agradecer un año 2020 de gran creatividad, resiliencia, capacidad de adaptación, solidaridad, humildad y trabajo en equipo. Estos son algunos de los efectos colaterales que nos han hecho mejores personas y han permitido nuevos comienzos. Como dice nuestro amigo, el famoso fotógrafo y periodista Jesús Abad Colorado, “en momentos de oscuridad es cuando más podemos ver las estrellas” y éstas sin duda son el símbolo de la esperanza.

¡Un fuerte abrazo!

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